EL CABALLO DE FUEGO
Felipe G. Huamán Gutiérrez
Los primeros años de docencia,
lo inicié en una escuela rural de la sierra, en comunidades de Oyón y Churin de
la Región Lima. Caminaba entre 2 hasta 6 horas subiendo desde de la carretera, para
llegar hasta la comunidad, y muchas veces tenía que caminar por angostos
caminos, algunas veces cruzar ríos pequeños, otras veces ríos caudalosas, quebradas
peligrosas o pendientes profundos. El tiempo de ascenso, dependía de la
distancia de la comunidad campesina donde me correspondía trabajar. En mis
viajes, siempre llevaba mi maletín con alimentos básicos, algunas ropas y, mi infaltable radio-grabadora en la mano, que de alguna manera me mantenía informado de
noticias de lo que ocurría en otras partes del Perú o escuchaba música de la
región grabadas en mi clásico casete de cinta. Para el camino llevaba mi linterna
a pilas, para alumbrar el camino y distinguir una ladera o el borde de un
precipicio y poder esquivarlo. Todo mi equipaje hacía un aproximado de 8 a 10 kilos,
que conforme caminaba en la cuesta, y propio por el cansancio parecían que el
peso se incrementaba.
En verano y debido al calor del día, muchas
veces el viaje lo hacía en la madrugada a partir de la 2 o 3 de la mañana, llegando
a mi destino cuando los pajarillos empezaban dar sus primeros trinos, cuando los
primeros rayos del sol anunciaban un nuevo amanecer. Veía como las cumbres de
los cerros poco a poco se iban aclarando; era fascinante, fantástico sentir ese
frío y roce del viento helado característico de la madrugada serrana en
nuestras mejillas.
Algunas veces, cada
semana, debía trasladarme de una comunidad a otra, para continuar con el
trabajo, pues era Coordinador de un Programa Educativo y debía “supervisar” el
trabajo de otros docentes. Una vez, recuerdo que desde la Comunidad Campesina
de Mallay bajé siendo aproximadamente las diez y media de la noche; caminé por
espacio de una hora, hasta llegar al fondo de la quebrada, a la Estación de
Tectahuain, donde pasaba el Río Churín; continué por la carretera a orillas del
río, crucé el puente de Tectahuaín y pasé a la otra banda del mismo y seguí
caminando otra hora más; llegando a la próxima estación en Yanamayo, de ese
lugar me aparté de la carretera y seguí hacia mi derecha, subiendo por un
camino angosto de herradura, y luego de caminar por una hora, finalmente llegaba
a mi destino, a la Comunidad Campesina de Nava.
En una oportunidad, siguiendo
la misma ruta, partiendo en la noche de la Comunidad de Mallay, bajé hasta
llegar a la carretera; crucé el puente y seguí caminando por la carretera en
dirección a Oyón; la carretera estaba rodeada por ambos lados, de carrizos y
otros arbustos propios de la zona; era una hermosa vista en el día, como una
bonita alameda de carrizos y árboles.
Cuando de pronto a la
distancia veo una luz que se acercaba, el cual era normal, porque los camiones
con minerales de las minas de Raura u otro centro minero, siempre bajaban a esa
hora con dirección al Callao, Lima. Los que viajamos de noche, sabemos
diferenciar por el tipo de iluminación de la luz, si es de un vehículo menor o
uno grande; y según mi experiencia, eran luces de un camión el que venía. Conforme
pasaban los minutos, la luz era cada vez más intensa, cada vez más cerca; pero no
escuchaba el motor del camión, había luz, pero todo era silencioso, sabía que
los camiones por la carga que llevaban, al bajar por el cerro, el motor emite
un sonido característico.
Empezó a entrarme el
temor, sólo en la oscuridad, empecé a sudar en el frío de la noche; el cerro me
parecía raro, los carrizos parecían moverse; atento miraba ambos lados de la
carretera, para ver si alguien me seguía, entonces me detuve. Asustado, retrocedí,
me salí de la carretera y me refugié entre las malezas de los carrizos y
arbustos; ahí escondido esperé el paso del vehículo raro. Conforme se acerca
más, escucho el relincho y el trotar de un caballo; inmediatamente me tiro al
piso y reptando trato de acercarme un poco más a la carretera, para ver quién
era y porqué el caballo asustado y descabritado, corría por la carretera en
dirección de arriba hacia debajo.
Desde mi escondite confirmé
que, sí era un caballo, pero qué nadie lo montaba, ni tampoco qué alguien lo
persiguiera; al acercarse más, observo que la luz que alumbraba el ambiente era
la que provenía de su cola. Me preguntaba ¿cómo puede ser posible eso?, más
asustado notaba que mi cuerpo se ponía “piel de gallina”; por un momento pensé
salir corriendo, pero… ¿si el caballo me ataca? No sé de dónde, me armé de
valor y permanecí en mi escondite evitando algún mal movimiento que provoque
ruido y delate mi presencia. Volví observar y pude ver que el pelaje de la cola
del caballo estaba ardiendo, que, al mover su cola, éstas alumbraban todo a su
alrededor, era como una gran antorcha, como un gran relámpago; entonces me
rendí, me acobardé, agaché la cabeza entre las gramas del monte y no quise
seguir viendo más; resignado, esperaba mi desgracia final. Se siguen escuchando
el relincho del caballo, pero que lentamente el sonido se estaba alejando, al
parecer como si el caballo siguiera su ruta por la carretera hacia abajo. Entonces
con cuidado y mucho miedo, abro los ojos y lentamente levanto mi cabeza, y pude
distinguir a lo lejos que el caballo, así como apareció, se fue alejando; la
luz que emitía era cada vez menos intensa, así como el rebuznar y trotar, también
cada vez menos imperceptibles; hasta que desapareció y la noche volvió a ser
noche, la oscuridad volvió y el silencio cubrió todo el camino y el cerro.
Un poco tonteado por lo
que había visto, un poco enceguecido por la intensidad de la luz, saqué mi
linterna, salí de mi escondite, miré arriba, luego para bajo de la carretera,
no había nadie y, apurado retomé la carretera y seguí caminando, hasta llegar a
la estación de Yanamayo. Me salgo de la carretera, hacia mi derecha y por un
camino de herradura, subo con más tranquilidad, más recuperado. Luego de un
profundo respiro, entre mi decía “he vuelto a nacer” y pareciera que “mi alma
había vuelto a mi cuerpo” como dicen los abuelos de antes. Llegando en la
madrugada a mi destino, la Comunidad Campesina de Nava.
DR Cañete 16/09/2014.
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