"MATAPERROS"

"MATAPERROS" 1

Felipe G. Huamán Gutiérrez 

Mi madre todos los días se levantaba aproximadamente a las cinco de la mañana, para cocinar el desayuno y almuerzo a la vez. Cuando me levantaba de dormir, muchas veces, ella ya no estaba, ya se había ido a trabajar a las chacras de los hacendados. Mi desayuno, algunas veces, eran agua hervida con yerbas aromáticas del campo, papa sancochada o fritas y dos panes con torrejas, a veces pan sin nada. Mi almuerzo era la clásica “champita”, pues así lo llamaba mi madre y era un alimento seco, preparado con arroz y fideos, combinado con papas, habas o alverjas y otros ingredientes que no recuerdo; con un olor muy agradable y sabrosas que me encantaba comer. Ella dejaba la “champita” en la olla de barro bien envuelta con papel y mantel blanco, sobre la mesa; yo no lo comía, ni lo habría hasta el mediodía, cuando volvía de la escuela, pues era mi almuerzo. En la tarde tenía que volver a la escuela.


Un sábado de marzo por la mañana, salí buscar mis amigos. Me encontré con dos, y nos pusimos a conversar. Yo les pregunté,

- ¿Dónde iremos hoy? -  y uno de mis amigos contestó.

- ¡Vamos hacia Nuevo Imperial! – agregando

- y de ahí nos vamos a las chacras por el borde del canal de agua, cortando y comiendo frutas en dirección hacia Alminares-

- ¡Buena idea… bacán! – respondió mi otro amigo, agregando

- ¡Estos tiempos hay bastante uva, higos y pacae por esa zona!

Acordado la actividad del día, salimos del pueblo con rumbo hacia Nuevo Imperial, pasando por el estadio “Oscar Ramos Cabieses”.

Seguimos caminando por la carretera, observando el hermoso paisaje de las chacras con plantas y árboles a ambos lados de la carretera a Lunahuaná. Pasamos por “Cinco Cruces” que está en la curva del sector llamado Huaca Chivato.

Alegres los tres, jugando y entre bromas, seguimos el camino. Para el viaje siempre llevamos nuestra honda para cazar cuculíes y tórtolas o para espantar las lechuzas en los cerros; además llevamos un costalito de lino por si acaso había algo que traer de las chacras o sea el rebusque o “rastrojo” que quedaba luego de la cosecha; además, una gorrita para protegernos del sol y sobre todo, mucho ánimo y curiosidad por nuestra aventura del día.

Pasamos por el Colegio Seminario, luego el pueblo de el "Uno", ahora Nuevo Imperial, hasta llegar al puente del canal de agua que pasa al pie de los cerros del “Desierto”. Por el borde siguiendo la dirección del canal, aguas abajo, pasamos por el sector denominado “Tirimpul”. En nuestro recorrido, algunas veces, nos deteníamos para subirnos a los árboles, cortar y comer pacayes.

Otras veces echados sobre la tierra del campo, comíamos las mejores uvas o higos que se encontraban en la falda de los cerros.

Cierta vez, al estar pasando por el caminito en la falda del cerro, encontramos casi una jaba de uvas, tendido sobre una manta, secando para hacerse pasas. Contentos nos sentamos y empezamos a comer las pasas; hasta que apareció el dueño con su perro y salimos “embalados”, nos tiramos al canal con ropa y todo, cruzamos y dejamos al guardián renegando y dándonos advertencias, con palabras “amables” del caso, y su perro ladrando al otro lado del canal.

Más abajo, escurrimos nuestras ropas mojadas y seguimos caminando. Estando cerca a Alminares, observamos al pie del cerro plantaciones de higueras, muy cargados de frutos, nos metimos al centro de la planta y empezamos a comer higos; cuando de pronto uno de mis amigos salió corriendo debajo de la higuera gritando; nosotros preocupados le preguntamos ¡que pasa! él señalaba la bragueta de su pantalón deciendo,

-¡Una araña, una araña!- Le dijimos

bájate el pantalón!- él se bajó el pantalón y quedó en trusa. Nos dimos cuenta que no era araña, sino un animalito negro con caparazón, que lo conocíamos como “torito” y que estaba prendido en su ropa interior, entonces cogí del lomo al “torito”, lo lancé al monte y asunto resuelto, mientras mis amigos se mataban de risa,

jajaja, jajaja! - nuestro amigo no conocía ese inofensivo animalito.

Después de la anécdota, continuamos hacia Carmen Alto, que era una inmensa pampa desértica, por cuyo interior pasaba el canal de agua. Caminando por las chacras de la Hacienda Cerro Alegre seguimos hasta cruzar el río que venía de Pócoto y llegamos a Roma.

En el puente en la entrada de Roma, nos bañamos todos y atentos esperábamos los camiones que traían materiales de construcción, ya sea arena, ripio o piedras de la quebrada de Pócoto hacia Imperial. Apenas aparecía un camión, nos poníamos de pie, cogíamos nuestra "chigua" y corríamos tras el camión. El chofer ya sabía que íbamos a subir a la “volada”, y disminuía su velocidad, luego seguía su recorrido.

Siguiendo el recorrido, pasamos por la Hacienda Casa Pintada, luego la curva hacia San Benito y pasando por Cerro Candela llegamos a Imperial. Pero de nada sirvió el baño en el canal de Roma, pues en el viaje el polvo del camino y de los materiales, nos habían vuelto a ensuciar.

Cuando llegué mi casa, mi madre aún no había llegado del trabajo; me alegré porque me había ahorrado el resondrón, con la famosa frase,

-“A dónde fuiste mataperros”- Pero mi satisfacción era que tuve una bonita experiencia, he comido ricas uvas, pasas e higos desde la misma planta, además que, traje algunas frutas y los puse sobre la mesa para mi madre cuando vuelva del trabajo y para mi hermanito.

 

“MATA PERROS” 2

Felipe G Huaman Gutierrez

Cuando niños gozábamos de ciertas “libertades” que ahora casi no lo tienen. En una oportunidad, algunos niños, nos fuimos en dirección hacia el Conde. Temprano salimos de Imperial y a la altura del Colegio Seminario, nos desviamos hacia la derecha y por un camino rodeado de àrboloes, nos internamos a las chacras, llegando al lugar denominado El Conde. Avanzamos por las faldas del cerro y llegamos a la salida del túnel del canal María Angola, que, pasando por debajo del cerro, traía aguas del rio Cañete. Subimos por un camino angosto y pedregoso rodeado de huertas con plantas frutales a ambos lados, hasta llegar a lo alto del cerro. Desde allí, hacia el norte se veían las chacras de Hualcará y Santa Adela, y hacia el sur veíamos la Hacienda Montejato. Por la ladera y siguiendo un pequeño camino árido y seco, bajamos hasta la entrada del túnel del Canal de María Angola. Nos lavamos y bebimos el agua fresca y cristalina, luego cruzamos el canal y llegamos cansados, al estadio de Montejato. Nos echamos en el gramado y descansamos un rato. Luego de darnos un respiro, continuamos por la carretera hacia la Hacienda Ungará. En Ungará se encontraba la Fortaleza Preinca.

Contentos procedimos subir el cerro de La Fortaleza hasta llegar a las partes altas, donde veíamos las antiguas construcciones de adobones de los antiguos pobladores pre-incas. Nosotros curiosos disfrutábamos del paisaje de tan importante y olvidado resto arqueológico de nuestra provincia. Además, veíamos algunos cráneos con pelos en la superficie de las habitaciones derruidas, seguramente obra de algún “huaqueador” o profanadores de restos arqueológicos en busca de oro o plata. Además, se podían ver restos de huesos y telares semienterrados, así como restos de cerámicas rotos tirados por los suelos o en algunos pozos. Avanzamos un poco más por la cima hasta llegar a una quebrada, desde allí veíamos el río Cañete, circundado por carrizos, caña brava y otras plantas naturales a ambos lados de la rivera del rio. Observamos las chacras al otro lado del río que, como un tablero de ajedrez de diferentes matices de color verde, alegraban la vista y eran un marco natural de las maravillas de la naturaleza. Desde allí se veían la Hacienda “El Palo” y “Herbay Alto”. El Río Cañete, que venía desde los cerros de Lunahuaná, pasaba al pie de la Fortaleza de Ungará y se dirigía hacia el mar, alegrando a su paso las diferentes zonas y caseríos de nuestro Valle de Cañete. Con cuidado bajamos la fortaleza, cruzamos los carrizales hasta llegar a las aguas del Río Cañete, nos damos un refrescante chapuzón y pescamos camarones. En dicho lugar, había una compuerta que desviaba el agua del Río Cañete y daba origen a los canales de irrigación de María Angola y San Miguel.

Ya siendo tarde, volvíamos a casa. En cada una de nuestras aventuras de niños, siempre no faltaba la severa llamada de atención de nuestros padres, y con justa razón. En mi caso, los “resondrones” nunca fueron desalentador o represivo, más bien era un sincero y amable consejo; porque nunca fallaba en mis estudios y siempre traía buenas notas, hasta diplomas; eso me daba garantía y mis padres me reconocían y me premiaban con ciertas tolerancias y permisos.

En casa mi mamá, algunas veces, ya había retornado del trabajo de la chacra de las haciendas, y ya me estaba esperando con la clásica “chapa”

–¡Este “mataperros” recién llega! - y yo cariñosamente y entre bromas, respondía

- ¡Pero mamá… “perro que anda, aunque sea hueso encuentra!”- vaciaba el costalillo, y le entregaba las frutas que había traído del campo, otras veces papa o camote del rastrojo; en este caso algunos camarones, pero casi nunca llegaba sin nada. Recuerdo que, ella contenta comía las frutas o guardaba para llevar al día siguiente a su trabajo. Nunca olvidaré las ricas “torrejas” con camarones y su papita sancochada que dejaba mi madre sobre la mesa para el desayuno.

Si volviera nacer, me gustaría quedarme en mi niñez y nunca ser adulto, porque así soy feliz; tener los mismos padres, que, con sus consejos, comprensión y con resondrones me dieron una buena formación. Éstas experiencias, para mí, fueron mi mejor escuela y ellos, mis mejores maestros.

Felipe HG

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