JUSTINO Y "EL PAGO"
Autor: Felipe G. Huamán Gutiérrez
Tenía entre 8 y 9 años, Justino era un niño que aún no asistía a la escuela, él no sabía qué era estudiar, ni que existía la escuela, menos que tenía que asistir a ella todos los días. Eran tiempos cuando existían las grandes haciendas en Cañete, dedicadas a la producción especialmente del algodón y que cada hacienda tenía su propia desmotadora que sacaba la pepa o semilla y sólo quedaban las hebras de algodón blanco listo para llevar a la fábrica de hilados en Lima. Muchos campesinos en épocas de “paña” de algodón, trabajaban en las haciendas, cubriendo la falta de mano de obra en esas épocas; momentos importantes de la historia y de la situación económica de nuestro país, cuando el algodón era nuestra principal riqueza, conjuntamente con la harina de pescado entre otros.
Cuenta la madre, que Justino todos los días salía con ella al campo para ayudarla en la “paña” del algodón y del cual una vez cumplido la labor, los campesinos volvían a sus casas alrededor de las 5 de la tarde; Justino acostumbraba a juntarse con otros niños, también hijos de las “pañadoras” para jugar en el antiguo estadio de la hacienda Hualcará que distaba dos cuadras de donde vivían; se quedaban jugando hasta las 6 ó 7 de la noche, pues tenían que volver a casa, dormir y salir muy temprano en la mañana siguiente con sus padres al campo, a continuar con la paña y porque del trabajo salía el sustento diario para la alimentación; por cierto, los niños eran muy respetuosos y disciplinados con la hora y de las disposiciones de los padres, y cumplían con el horario establecido y volvían a casa puntualmente, porque sino....le caía.
Pero una noche cuando salieron a jugar, Justino no volvía a casa, eran pasados las 10 de la noche, su madre preocupada pero con cierta resignación entre sí se daba valor y decía “sé que llegará, él nunca fue irresponsable”. Pasaba el tiempo y Justino no llegaba, su madre ya pensando en lo peor, salió a buscarlo a la calle, pero...nada, fue al antiguo estadio tampoco; en la oscuridad con su mechero a kerosene busco a su hijo -en esos tiempos no había alumbrado público por las noches- en el camino se encontró con otras madres que mechero en mano también buscaban a sus hijos.
Cuando de pronto, se escucha un griterío de niños que contentos y alegres ingresan al estadio como quien viene desde Montejato, que era otra hacienda; las madres al ver que son sus hijos, corren y van a su encuentro y entre preocupación y alegría, entre lágrimas y preocupación, los abrazan, se persignan, levantan la mirada al cielo oran y dan gracias a Dios por haberlos encontrado. Eran pasados las 12 de la noche. Pero esta actitud y estado emocional de las madres no guardaba relación con el estado emocional de los niños; los niños que llegaron contentos y alegres, ahora se encontraban preocupados y sorprendidos al ver a sus madres llorar, y levantando ambas manos al cielo daban gracias a Dios; ¿Qué habrá pasado? seguramente se preguntarían los niños; porque para ellos fue una tarde normal, que luego de salir a jugar con sus amiguitos, todos estaban volviendo a casa para dormir.
Vuelto la calma, los niños preocupados, porque sospechaban que algo malo habrían hecho para que sus madres se comporten así y las madres intrigadas por haberlos encontrado tan tarde, pero sobre todo contentas vuelven a sus casas, Como siempre una que otra, recriminan a su hijo por su comportamiento, que por cierto no era para menos, encontrarlos aproximadamente pasados las doce de la noche, lo que no es normal en la hacienda, porque las nueve de la noche todos ya están durmiendo en casa.
La mamá de Justino ya en casa, con un poco de calma, antes de acostarse para dormir y salir para trabajar el día siguiente, conversa con su hijo Justino, y le pregunta ¿qué sucedió hijito? ¿Adónde te fuiste?
Justino se acostó al lado de su mamá, en su vieja manta y costales que le servían para la “paña” y que a la vez era su cama; pero antes le dice, -mamá ¿no me vas ha castigar?- No hijo, porqué debiera castigarte, si siempre te has portado bien- contesta la madre- entonces te diré la verdad- dice Justino y le empieza contar hacia dónde se habían ido y con quién se habían encontrado.
Narra Justino -Nosotros estábamos jugando en el estadio, cuando de pronto apareció una camioneta muy bonita, con unas luces intensas que alumbró todo el estadio, se detuvo frente a la antigua fábrica desmotadora- continua Justino -entonces nosotros paramos de jugar, observamos y sorprendidos nos preguntamos ¿quienes podrían ser a éstas horas de la noche que podrían llegar en la camioneta?- la sorpresa de los niños es porque no es habitual el tránsito de vehículos en la noche en la hacienda, más aún una camioneta nueva y resplandeciente y con una iluminación inusual; continua narrando Justino -la camioneta avanzó y se estacionó frente a nosotros y de la camioneta descendió un señor alto, gringo que tenía un sombrero y botas que brillaban y nos dijo: “quieren pasearse” entonces todos dijimos sí. Luego nos subimos en la camioneta y nos llevó; íbamos por unas inmensas pampas, desierto, no había plantas, ni casas, la camioneta siguió avanzando, cuando a lo lejos al fondo de la pampa apareció otro señor montado en un caballo blanco, con bonita ropa, su chaleco brillaba, el pasador de su sombrero también, tenía unas botas con espuelas y adornos que también brillaban, la silla de montar, las correas y los estribos del caballo con adornos brillantes, todos asombrados mirábamos y nos miramos entre nosotros- La mamá pregunta ¿habían más personas? Justino mueve la cabeza y responde negativamente, pero confirma que estaban el chofer de la camioneta, el otro gringo que esperó montado en su caballo blanco y nosotros.
Justino continuo narrando- escuchamos que el señor del caballo blanco le reclamaba al chófer y le decía -¡pero cómo pudiste hacer esto, no te pedí que me traigas niños! ¡Devuélvelos ahora mismo! -Fue así que sin bajarnos de la camioneta el chófer arrancó y nos trajo de vuelta, estacionándose en el estadio antiguo de Hualcará, de donde ustedes nos vieron bajar.
La mamá de Justino, más intrigada y confundida por la narración, pregunta a su hijo- ¿Entonces ustedes volvieron en camioneta al estadio?- sí mamá- responde Justino -¿o acaso no viste la intensidad de la luz de la camioneta que alumbró el estadio?- ¡No puede ser! no vi nada hijo- dijo la mamá. -¡Pero cómo que no viste!- Recalca Justino.
La mamá muy asustada, responde-hijo sólo escuche, primero, el sonido de un griterío de niños que provenían de la oscuridad del interior de la antigua fábrica desmotadora abandonada, me detuve y asustada los vi salir desde el interior, entonces corrimos para abrazarles y ver si algo malo les había pasado, pero no había otra luz que nuestros mecheros que alumbraban la noche y el ambiente frío, pero ¡no hemos visto ninguna camioneta!
Pasados los años, cuando Justino ya conoció la escuela, su madre le recuerda lo que le pasó cuando él tenía entre 8 o 9 años y los comentarios que hacían las madres, que dicen que el diablo los quiso llevar, pero que Dios no les permitió.
POSTDATA: Antiguamente existía la presunción, de que las fábricas para que funcionen bien, tenían que hacerle su "pago", ¿acaso Justino y sus amigos, no serían los posibles "pagos" que se tenía que hacer a la fábrica?
Cañete, 08 noviembre 2014, 11:10 pm
👍😁
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