LA DAMA DE RAMOS LARREA
LA
DAMA DE RAMOS LARREA
Felipe Gerardo Huamán
Gutiérrez
Para
nosotros eran momentos maravillosos, momentos felices y disfrutábamos de la
libertad, el sosiego y la paz, sentados en la vereda de la calle frente a los
bares; eran tiempos de la harina de pescado, donde el Perú era el Primer
Productor en el mundo; recuerdo cuando los fines de semana llegaban los famosos
y conocidos por la gente como los “bolicheros”, es decir aquellos hombres que
se internaban por días mar adentro, pescando la anchoveta u otro pescado, en
sus famosos “boliches”. La anchoveta era entregada a las grandes embarcaciones
que industrializaban y producían la harina de pescado; los “bolicheros” eran
hombres que ganaban buen dinero a costa de su esfuerzo y sacrificio, pero que
lamentablemente, muchos de ellos, lo malgastaban en tragos, bebidas alcohólicas,
cigarrillos y otros vicios.
Algunos
jóvenes, curiosos como siempre, nos quedábamos hasta altas horas de la noche
sentados en la vereda de la calle conversando, contando chistes y, sobre todo, escuchando
música de la época en las recordadas radiolas o rockolas de los dos bares que
existían en la primera cuadra del jirón Sucre, del distrito de Imperial; éstos
bares eran el “Faro” y “Gerardo”; por un sol tenías oportunidad de escoger tres
discos. ¡Eran otros tiempos! No había “marcas”, asaltante de bancos, asesinos, “fumones”,
drogadictos u otros tipos de delincuentes. ¡Los niños y jóvenes éramos felices!
Una noche, ya siendo
muy tarde y, considerando las reglas y rigor de nuestros padres en casa,
decidimos con mis amigos irnos a descansar; cruzamos la pampa, que ahora es el
Parque de Ramos Larrea, llegamos a la esquina, nos despedimos y cada uno nos
fuimos hacia nuestras casas; yo seguí de frente por la calle; cuando en eso veo
cruzar de arriba hacia abajo una mujer, que sigue calle abajo por el camino que
colindaba con la chacra de Cerro Alegre; su presencia a esa hora y sola me impresionó,
a la vez que me provocó cierta curiosidad, entonces la seguí; iba pensando
¿quién puede ser? ¿qué hace a estas horas por la calle? Desde lejos la seguía
evitando que se dé cuenta de mi presencia, la seguía aprovechando la complicidad
de la oscuridad de la noche, y por la poca iluminación y visibilidad que nos proporcionaba
la luna; trataba de acercarme y reconocerla, pero no logré mi objetivo.
Ella
siguió caminando, por la calle limitada, un lado por las casas de Ramos Larrea
y al otro la chacra de cultivo de la CAU Cerro Alegre; yo guardando una
prudente distancia, la seguía. Ella avanzaba, iba con un vestido largo todo de
blanco que le llegaba hasta los tobillos; caminaba y su cabello pareciera que
jugaba con el viento de la noche. Pero algo raro notaba en ella, entre mí decía, si la calle no era asfaltada, y
existían ciertos desniveles por ser de tierra pedregosa, ¿por qué ella no
tropezaba ni esquivaba los obstáculos? ¿por qué ella no se balanceaba al
caminar?; entonces, me acerqué un poco más, como queriendo alcanzarla; recorrí
con la mirada su cabeza, sus hombros, su vestido blanco, parecido al de una
novia, que caía por sus espaldas pasando por su cintura hasta terminar a la
altura de los tobillos; aguzando la mirada trato de ver sus pies, pero no logro
verlos, al parecer flotaba, parecía que ella
caminaba sobre una burbuja de aire, sobre una nube; sorprendido y con cierto
temor, detuve mis pasos, cuando en eso escucho el ladrido de un perro, asustado
volteo para evitar una posible mordedura; el perro al verme se calma un poco
pero sigue ladrando, me doy cuenta que al parecer los ladridos no son por mi
presencia; en eso como despertar de un sueño o una hipnosis, me doy cuenta que
ya no estaba en la calle que pensaba que estaba yendo, sino que ya estaba por
llegar al túnel por donde pasan las aguas del canal de María Angola, túnel que
cruza el Cerro Candela, desde la CAU “El Chilcal” hacia la CAU “San Benito”; me
preguntaba ¿cómo llegué hasta aquí, si estaba en Ramos Larrea?, ¿cómo he
logrado caminar tanto, un aproximado de dos kilómetros sin darme cuenta? observé
que todo estaba oscuro, no había luces cerca. No me había dado cuenta que había
cruzado las chacras y algunas de ellas regadas o sea “machacado”, pues mis
zapatillas estaban mojadas, llenas de lodo; y, el perro seguía ladrando, con
mirada atenta a un lado de mí, a ratos daba un aullido triste y tenebroso como
si viera algún alma o espíritu como que anunciara alguna fatalidad. Entonces
vino a mi mente las historias que me contaba mi madre, que los perros aúllan,
porque ven malos espíritus o algo malo va a pasar; entonces volví la mirada
hacia la chica que iba siguiendo, ¡oh sorpresa! ¡ella ya no estaba, miré un
lado, luego hacia el otro, pero nada! ¡qué miedo!
Asustado,
volví por el caminito de la orilla del canal de María Angola, crucé el canal de
Pócoto, y volteando de vez en cuando hacia atrás, para cerciorarme que nadie me
siguiera, trataba de llegar a mi casa. Ya en Ramos Larrea, era el único que
caminaba, no había nadie más en las calles; algunos perros al verme pasar empezaron
aullar y un poco asustados se alejaban de mí; eran aproximadamente las 12:20 de
la noche. Esa noche no dije nada a mi madre; al día siguiente muy de mañana, le
conté lo que me había pasado, y ella me regaño y me advirtió que eso me pasaba
por ser muy “mataperro” muy “andariego”, por quedarme hasta altas horas de la noche
por las calles. Luego mi madre cogiendo su sombrero, sus mantas y sus alimentos
se fue a trabajar.
Ya un
poco más calmada, mi madre en la tarde al volver de su trabajo, me recordó que
ya antes, me había pasado algo similar cuando tenía entre 8 o 9 años, cuando en
una camioneta un gringo nos llevó a seis u ocho niños a un desierto desconocido;
y que, según ella, me iban a llevar para enterrarme como “pago” a la máquina
desmotadora de algodón.
Como
buena y excelente madre que fue doña Margarita, mi madre, con voz pausada y muy
quedo, pero sí, enérgica me habló y me resondró diciendo que, procure siempre
llegar temprano a casa; que no trate de estar por las calles en horas cercanas
a la medianoche. Luego, me advirtió y me explicó, conforme sus creencias y
tradición cultural que, la chica que vi en la noche no era real, sino que era
el demonio disfrazado de mujer, que me estaba llevando por el canal María
Angola hacia el túnel de Cerro Candela para ahogarme y hacer algún “pago” o
cumplir un “encargo” y, que si no fuera por el perro que ladró ya no estaría
para contarlo.
Entrada del túnel del canal de María
Angola que cruza el Cerro Candela desde CAU Chilcal hasta CAU San Benito.
Acabo
de terminar la presente narración a los 26 días de julio del 2003, son las 11:58
PM, me voy dormir antes que llegue la medianoche, no vaya ser que alguien toque
la puerta y vuelva aparecer la chica con sus encantos. Bye.
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FGHG.
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